Actividad de Hipertexto

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Age of Empires

Este juego de computador es un claro ejemplo en el que se pueden reconocer los elementos de la hipertextualidad y de una narración interactiva. El juego se sitúa en una línea de tiempo de 3000 años, desde la Edad de Piedra hasta la Edad de Hierro.
El narrador da como punto de partida la posibilidad al usuario de elegir la civilización que quiere representar en el juego y con la cual evolucionará a través de los años. Por ejemplo, la Egipcia, Shang, Griega, Persa, etc. Así, el autor le cede al usuario el control sobre su obra. Al elegir una civilización, el jugador participa como protagonista y el sentido que tomará la obra de ese punto inicial en adelante dependerá de las decisiones que haga el usuario.
La elección de la civilización implica que el autor le entrega ciertas estrategias que le permiten al usuario avanzar en el tiempo de forma más o menos rápida. Eso dependerá de los resultados de las batallas que enfrente y por ende del crecimiento de su civilización. El jugador, así, tiene que tomar decisiones para controlar a sus aldeanos, a sus ejércitos y definir estrategias de batalla. De esta forma, hay un intercambio de roles entre narrador y usuario, ya que este último es quien narra su propia historia.
Por lo mismo, el orden de la narración depende de las elecciones que toma el usuario. Puede avanzar más o menos lento en la línea de tiempo, así como también puede retroceder si sus decisiones son erradas. Hay distintos caminos que se pueden seguir y el de cada usuario es único, él puede modificar los contenidos, asumiendo la posibilidad de ordenar la secuencia de ellos y administrar el tiempo del relato.
Además, el final del juego no es el mismo para todos. Si bien, cada jugador gana cuando su civilización es capaz de obtener una maravilla en la que se destaca la belleza de la civilización y la defiende por más de 10 minutos, cada civilización obtiene una ruina o maravilla diferente.
Así, los contenidos del juego son abiertos. Dependen netamente de las elecciones que tome el usuario ya que no existe una estructura fija y central, sino que hay una red de posibilidades que se activan a través del usuario, según la civilización que representa y cómo la maneja. Es una estructura hipertextual paralela ya que el usuario parte de un punto, pero es capaz de escoger diferentes caminos para llegar a un mismo resultado.

Sónica Distorsión

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Ruidos desenfrenados, guitarras descontroladas y la esencia del noise rock noventero marcaron un concierto que hizo al público quedar felizmente sordo. Daniela Pérez G.

Penúltima noche del Pepsi Fest y la cancha del Arena Movistar estaba desbordando. Porque la visita de Sonic Youth a Chile es una de las grandes deudas que están por pagar los escenarios chilenos. Un griterío emocionante es el que ensordece el lugar cuando Kim Gordon, Thurston Moore, Lee Ranaldo, Steve Shelley y Mark Ibold, ex bajista del grupo Pavement, tocan el primer acorde de la noche.
Sonar fuerte es la esencia de la banda y cuando comienza “Teenage Riot”, esto queda claro. La cancha parece que va avanzar hasta el borde del escenario y los fanáticos no pueden creer que Sonic Youth finalmente ha llegado.
El sonido sónico de las guitarras lánguidas de Renaldo y Moore hacen vibrar los parlantes y los movimientos de Kim Gordon junto al micrófono hacen viajar en el tiempo de vuelta a los noventa y a los inicios de una banda que marcó una tendencia en el rock. Su fascinación por las guitarras y las texturas se traspasa a la gente que se desmaya, grita y alucina con la intensidad de los exponentes del noise rock.
El quinteto estadounidense parece pararse en el escenario con la misión de poner los pelos de punta y a medida que avanza el show, las luces y las visuales que los acompañan llevan la adrenalina al máximo de todos los fanáticos que llegaron a la cúpula del Parque O´Higgins.
El set list de la banda es descarado. “Mote” y “Hey Joni” son algunos de los éxitos por los que se pasean durante el show. Son tantos, que si se dieran el lujo de tocarlos todos podrían armar un show de 4 o 5 horas. Pero además aprovechan de calentar motores para el nuevo disco que aparece el 9 de junio y para eso tocan, “Sacred Trickster” y “Calming the Snake”.
En ningún momento los ánimos se enfrían. Porque Sonic Youth tiene material para rato. Los seguidores pedían a gritos cientos de canciones y eso demuestra que el arte sónico de la banda no tiene fecha de vencimiento.
Dos horas de música y actitud deleitan al público que no para de alucinar. La psicodelia del viaje experimental que hacen vivir estos jóvenes de 50 años es única y quizás irrepetible. Cinco personas en un escenario, el desgarbo de la guapísima Kim Gordon y los juegos impresionantes de los instrumentos demuestran por qué Sonic Youth es un arte experimental, con un contenido que nunca termina y que sin importar la edad, tiene cuerda para rato. Definitivamente mucho más que una banda de rock. Un estilo que no se dejará morir.

El power de los noventa

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Cuatro horas de música y el rock como religión. Una reunión para rendirle culto a la locura de Patton y a la voz del ex Soundgarden. Por Daniela Pérez


Dos hombres con máscaras de lucha libre mexicana salen al escenario unos minutos después de las nueve. La gente no entiende nada pero los gritos comienzan a tomarse el lugar. Tras ellos, aparece el trío italiano Zu y el hombre más esperado de la noche, Mike Patton. Ocho mil personas en el Arena Movistar y el lugar parece venirse abajo.
El show comienza y nadie entiende nada. Porque la sorpresa del show es omitir los hits y reemplazarlos con ruidos estridentes generados por una gran maquinaria y sintetizadores que acompañan los gritos del ex Faith No More. Su voz parece desacoplada pero es parte del experimento que hay detrás de una música completamente sincronizada y que tiene a la gente casi hipnotizada, como perpleja. Pero no es que no les guste, porque él cuenta con un público fiel y las lienzos que dicen “Patton is my god” abundan.
La veneración que genera el norteamericano es envidiable. Después de cada canción, sólo vienen aplausos. Y lo que impresiona es que un proyecto desconocido para la gran mayoría, tiene a todos satisfechos. El juego electrónico con la mezcla de metal, punk y un poco de free jazz es ovacionado y luego de una hora de show, el bolero mexicano cantado en italiano, en el que despliega toda su calidad vocal deja en claro por qué no era necesario recurrir a la nostalgia para llevarse a la gente en el bolsillo y salir más que airoso del escenario.
Pero la noche no se acaba todavía. Tras Patton y una larga espera, cerca de una hora, aparece en gloria y majestad el otro plato fuerte de la jornada, Chris Cornell. Energético y súper conversador comienza con un par de canciones de su último disco Scream, que no prenden mucho a los fans. Pero luego de eso llegan los llantos. Con una voz impecable, empieza un repaso por Soundgarden, Audioslave y su mejor repertorio solista. “Spoonman”, “Show me how to live”, el cover de “Billy Jean” en versión balada y la gente ya no quiere más. Mientras, Cornell disfruta jugando arriba del escenario, subiéndose a la batería y rompiendo el atril del micrófono al más puro estilo rockstar.
Ya han pasado dos horas de show y el final no se ve ni cerca. Llega el momento de piropear al público, que a pesar de la hora sigue cantando. Cosas como “este es el mejor público del mundo” y “son los mejores, cuando esté con otras bandas se los voy a contar”, dejan a la gente eufórica y dan paso a la parte acústica del show. Con su guitarra de palo en mano interpreta “Fell on black days” y se va ovacionado. Pero por supuesto hay bis, y con un set list de 30 canciones, deja lo mejor para el final.
“Black Hole Sun” de Soundgarden revoluciona al Arena Movistar. Una y media de la mañana y la energía es como si el show estuviera recién empezando. Pero las sorpresas no terminan ahí. Cuando las luces se prenden y cuando todos creían que ya, después de dos horas y media, el cuento se había acabado, Chris Cornell vuelve al escenario por última vez para cerrar tres horas de nostalgia, potencia y una increíble voz.

Sir Peter, Sir Dark

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Una boa de plumas negras y dos horas de elegante rock gótico pusieron fin al Retrospective Tour, que se encargó de revelar al verdadero caballero de la noche en su primera visita al país. Por Daniela Pérez G.

La calle San Diego parece la pasarela del más oscuro desfile de modas, en el que los amantes de la noche están en su salsa. Pelos engominados, caras maquilladas blancas, labios rojos, trajes negros de encaje y una competencia por quién tiene los bototos con más terraplén es lo que se puede ver a la entrada del Teatro Caupolicán una hora antes del show de Peter Murphy. Entremedio, varios tipos que con más de cuarenta años en el cuerpo vinieron a revivir su época dorada del post punk rock de los años ‘80.
Los fanáticos se encuentran a la entrada, se saludan, se fuman un cigarro y comentan lo ansiosos que están porque el primer show en Chile del “padrino” del rock gótico empiece. Se nota que hay muchas ganas de ver a Peter Murphy, pero aquí no existe descontrol, todo fluye bien en cada una de las puertas. La boletería funciona a toda máquina, gracias a todos esos seguidores que decidieron esperar hasta este mismo día para comprar su ticket. Adentro del teatro no importa si afuera ya está oscuro, porque acá eso ya sucedió hace rato.
Con absoluta puntualidad, como buen inglés que es, el divo de la noche aparece frente a un Caupolicán a medio llenar y completamente vestido de negro. El ex Bauhaus se sube al escenario y comienza a pagar la deuda pendiente que tiene con Chile hace años.
Su tétrica voz suena por los parlantes y su desplante despierta los primeros gritos. Basta con escuchar las primeras estrofas para darse cuenta de que los años pasan en vano en la voz de Murphy. Tan sombrío como desde los inicios de Bauhaus, el inglés sigue cantando como siempre.
“Burning from the inside” resulta el primer clímax de la jornada, cuando se sube arriba de una escalera al cielo montada al fondo del escenario, desde donde comienza a desenvolver su manejo escénico. Unos pocos destellos de luz iluminan la absoluta oscuridad del Teatro Caupolicán y cada vez que se ve la cara de Murphy sus poses de vampiro vuelven locos a los asistentes.
Los 51 años del inglés parecen no importar; es más, ni siquiera se notan. Pero le jugarán una mala pasada. En el comienzo de “Huuvola”, la gente se mantiene en absoluto silencio esperando a ver cuál será la nueva pose arriba de la escalera. Pero los ocho metros de fierro lo complican y los músicos siguen las instrucciones del cantante que grita que paren, que está atrapado y que así no puede seguir. Los fanáticos lo aman aún más y desde ese momento comienza una complicidad que incluso permite que una chica se suba al escenario a declararle su amor a Murphy.
El segundo clímax del show les para los pelos a todos. El divo gótico canta un cover de “Transmission”, de Joy Division, y después, con guitarra en mano, se sienta y hace a todos corear el himno“Strange kind of love”. Y por si eso no bastara, une la balada con los murciélagos y la muerte de “Bela Lugosi's dead”, la canción más famosa de Bauhaus.
El dramático teatro de Murphy en el escenario no para. Tira pétalos de rosa al público, se besa con el guitarrista y deja que los fanáticos, que pagaron para estar a centímetros de él, lo besen y toquen constantemente. Eso, además de los bailes espasmódicos que lo caracterizan.
Una hora y media después del primer grito viene el bis y lo mejor de la noche. La platea parece caerse sobre el escenario y los fanáticos terminan de dejar sus gargantas en el Teatro, mientras un hiperventilado Murphy canta una electrizante versión de “Lust for Life”, de Iggy Pop.
¿FIN? No, los fanáticos piden y piden más. Y no se quedan con las ganas. El inglés vuelve con un segundo bis y la promesa de que, después de asombrarse con la reacción de sus seguidores chilenos, volverá a Chile con su próximo disco. Porque Murphy sabe que le queda cuerda, voz y escalofríos para rato.