Sónica Distorsión

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Ruidos desenfrenados, guitarras descontroladas y la esencia del noise rock noventero marcaron un concierto que hizo al público quedar felizmente sordo. Daniela Pérez G.

Penúltima noche del Pepsi Fest y la cancha del Arena Movistar estaba desbordando. Porque la visita de Sonic Youth a Chile es una de las grandes deudas que están por pagar los escenarios chilenos. Un griterío emocionante es el que ensordece el lugar cuando Kim Gordon, Thurston Moore, Lee Ranaldo, Steve Shelley y Mark Ibold, ex bajista del grupo Pavement, tocan el primer acorde de la noche.
Sonar fuerte es la esencia de la banda y cuando comienza “Teenage Riot”, esto queda claro. La cancha parece que va avanzar hasta el borde del escenario y los fanáticos no pueden creer que Sonic Youth finalmente ha llegado.
El sonido sónico de las guitarras lánguidas de Renaldo y Moore hacen vibrar los parlantes y los movimientos de Kim Gordon junto al micrófono hacen viajar en el tiempo de vuelta a los noventa y a los inicios de una banda que marcó una tendencia en el rock. Su fascinación por las guitarras y las texturas se traspasa a la gente que se desmaya, grita y alucina con la intensidad de los exponentes del noise rock.
El quinteto estadounidense parece pararse en el escenario con la misión de poner los pelos de punta y a medida que avanza el show, las luces y las visuales que los acompañan llevan la adrenalina al máximo de todos los fanáticos que llegaron a la cúpula del Parque O´Higgins.
El set list de la banda es descarado. “Mote” y “Hey Joni” son algunos de los éxitos por los que se pasean durante el show. Son tantos, que si se dieran el lujo de tocarlos todos podrían armar un show de 4 o 5 horas. Pero además aprovechan de calentar motores para el nuevo disco que aparece el 9 de junio y para eso tocan, “Sacred Trickster” y “Calming the Snake”.
En ningún momento los ánimos se enfrían. Porque Sonic Youth tiene material para rato. Los seguidores pedían a gritos cientos de canciones y eso demuestra que el arte sónico de la banda no tiene fecha de vencimiento.
Dos horas de música y actitud deleitan al público que no para de alucinar. La psicodelia del viaje experimental que hacen vivir estos jóvenes de 50 años es única y quizás irrepetible. Cinco personas en un escenario, el desgarbo de la guapísima Kim Gordon y los juegos impresionantes de los instrumentos demuestran por qué Sonic Youth es un arte experimental, con un contenido que nunca termina y que sin importar la edad, tiene cuerda para rato. Definitivamente mucho más que una banda de rock. Un estilo que no se dejará morir.

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